La experiencia de revivir el miedo en situaciones controladas que propone este director primerizo es un un hito en la trizada industria local que ojalá traiga sus réplicas.
El afán masoquista, morboso y curioso del espectador chileno debería premiar la taquilla de 03:34. Contra toda lógica, este retrato realista y jugado sobre un momento que nadie quiere repetir ofrece la misma tensión contenida de un viaje en montaña rusa o a bordo un bus interprovincial en Semana Santa.
La película sobre el terremoto aprovecha al máximo los limitados recursos de la industria nacional para sorprender con un una historia coral cuyo protagonista principal aparece por pocos segundos, pero deja su marca todo el resto del metraje. Es la catástrofe la que impulsa de verdad a los flojos personajes: un padre separado que veranea con sus hijos en Dichato, un psicólogo universitario quien gasta sus últimos cartuchos para conquistar a la compañera de curso que pololea con un clon de Pepe Cortisona. Más lejos, dos presos rematados escapan de la cárcel de Chillán hacia el epicentro con diferentes motivaciones y una madre con pésima suerte (y pésimas líneas en el libreto) viaja de Pichilemu a Concepción en busca de sus hijos.
La ópera prima del director Juan Pablo Ternicier recurre a los temas permanentes de los guiones de Mateo Iribarren (“El Chacotero Sentimental”, “Fuga”, “Che Kopete”) y los pone a disposición de un reparto que es una joya del casting. Finalmente la trama reúne todo lo que debe tener una película de catástrofes: drama romántico, un hombre en busca de redención y el viaje épico, lo de siempre, pero enmarcado en este contexto desolador y a ratos insoportable que fue la hecatombre telúrica del 27 de febero del 2010.
Ternicier apuesta por el impacto y la historia personal de cada uno. El “¿dónde estabas esa noche?”, la respuesta del espectador no puede ser otra que la identificación, la empatía más emotiva, principal capital de una película como ésta que perfectamente podría mostrarse en un par de décadas a quienes no vivieron el terremoto para disipar toda pregunta.
Grandes hallazgos de la película son el personaje de Roberto Farías, que demuestra que su fuerte no es el chileno simpático picado a Urdemales que la TV nos ha mostrado. Los efectos especiales sostienen el relato incluso ante las escenas en cámara lenta que son una dura prueba para muchas películas colosales como ésta. En ese sentido la producción en general se anota con un precedente importante al recurrir a un escenario infame que está ahí todavía en forma de escombros y que a Hollywood le tomaría sus buenos millones recrear. Pero ahí queda truncada y con la punta a medio sacar, pese a que el edificio Alto Bio Bio, fue la postal favorita de los noticieros después de la tragedia junto a los saqueos. Tanto esto último, como ciertos destellos de una fotografía preciosista que estarían mejor para un videoclip, dejan la sensación de vacío y de querer ver más.
Esas ganas de querer repetir una vivencia aterradora como ésta nos delata frente a la pantalla de 03:34. Nuestra primera película de catástrofes per se. Sin duda un hito en la trizada industria local que ojalá tenga sus réplicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario