Como pocos directores norteamericanos, Tim Burton ha sabido crear un estilo propio (siempre lleno de magia y ensoñación) y bastante marcado, dentro de la vorágine que representa la industria hollywodense. Siguiendo sus instintos y manteniéndose dentro de la muy personal línea de trabajo que lo caracteriza, Burton realiza, “El Gran Pez”, cinta que cuenta la historia de Edward Bloom, un imaginativo padre que, en sus últimos días de vida, pretende trasmitir a su hijo William, todos aquellos relatos que marcaron su vida.
“El Gran Pez” es una cinta sobre historias. Aquellas anécdotas mágicas contadas por abuelos trasmitidas de generación en generación. Esos relatos que por más fantasiosos que parezcan, son los que agregan a la vida esa dosis necesaria de misterio y magia. No importa que muchos sean falsos, lo realmente relevante es que se propaguen, se difundan. De boca en boca, hasta que esa fantasía se haga realidad.
“El Gran Pez” es una cinta sobre historias. Aquellas anécdotas mágicas contadas por abuelos trasmitidas de generación en generación. Esos relatos que por más fantasiosos que parezcan, son los que agregan a la vida esa dosis necesaria de misterio y magia. No importa que muchos sean falsos, lo realmente relevante es que se propaguen, se difundan. De boca en boca, hasta que esa fantasía se haga realidad.
Tim Burton se nutre de singulares personajes (un gigante solitario, un escritor asalta bancos, una mujer de dos cabezas, un particular dueño de un circo), para dar el ambiente necesario a cada relato que el protagonista va “creando”. Es una película circular: va y viene, según los personajes estimen conveniente. Y en ese sentido, los flashback cumplen un rol primordial, al ser el nexo par el espectador entre el pasado y el presente, la ficción y la realidad.
“El Gran Pez” es una cinta sobre las relaciones humanas, sobre los anhelos en la vida, sobre las cosas simples, sobre la imaginación, sobre el amor, sobre la vida. Dentro de la cinta hay mucho de Tim Burton, de sus experiencias, de sus sueños. Pero también, hay mucho de nosotros. De quienes gozaron o se asustaron al oír una historia de suspenso, de terror o simplemente de aventuras. Es muy difícil no identificarse con la cinta. Su amplitud temática y su específica sencillez, la hacen ineludible.
El legado de “Kill Bill”
Es indudable que éste es uno de los trabajos más personales de Quentin Tarantino. “Kill Bill”, está concebido como un regalo de Tarantino para Tarantino. Por lo mismo, se aleja de lo que “el niño mimado de Hollywood” venía realizando hace algún tiempo, transformando los millones que invirtió Paramount en un producto íntimo al máximo, lleno de referencias, símbolos y fetiches.
Esta genial especie de homenaje de Tarantino a los “spaghetti western” (cintas italianas de cowboys) y a los largometrajes chinos de artes marciales y japoneses de samuráis, condensa de gran forma todo el cine bizarro que el director absorbió en 35 años, que unidos a la cultura pop que tanto lo distingue y a su indiscutible calidad como director de cine, “Kill Bill” emerge como un trabajo plenamente dinámico, ingenioso y potente.
Sólo basta ver algunas escenas de la película para darse cómo debe gozar Tarantino cada vez que se sienta delante del proyector y ve plasmado su tan personal obra. Un claro ejemplo de esto es una escena en la cual Uma Thurman combate en un templo samurai contra una gran cantidad luchadores, derrotándolos tan sólo con su sable, en una lúcida referencia a las antológicas peleas de Bruce Lee en “Operación Dragón”.
Las combinaciones de color y geniales juegos de sombras, la interacción entre las actuaciones y la animación, los agudos diálogos en japonés, los giros atrás y delante en la historia, las notables fragmentaciones de las tomas para presentar dos o tres acciones simultaneas, los litros de sangre que salpican cada secuencia y la ácida y pensada poca preocupación en el tratamiento de la violencia, hacen de esta película de Tarantino un trabajo cinematográfico digno de un aplauso.
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