Fukushima ha puesto el punto final a la energía nuclear en Alemania. La ola japonesa se ha llevado por delante una tecnología cuyos fundamentos teóricos se pusieron en este país hace un siglode la mano de Albert Einstein y otros científicos, en un eje que iba de una oficina de patentes en Berna a diversos laboratorios de Berlín. El tsunami acaba con la decisión más impopular adoptada por la coalición de gobierno en septiembre: la prolongación de la vida de las 17centrales nucleares. Fukushima da la razón a una mayoría social curtida por un movimiento civil antinuclear con 33 años de historia. Merkel sólo podía limitar los daños, y así lo ha hecho al suspender por tres meses su decisión de septiembre.
Congreso en Viena
En 1996, al cumplirse diez años del accidente de Chernobyl, se celebró en Viena una conferencia internacional dedicada al debate científico sobre las consecuencias humanas, sociales y sanitarias, de aquella catástrofe. El evento lo cerró la ministra alemana de medio ambiente con una realista sentencia que evidenciaba el estado de la cuestión: “hemos tenido el coraje de decir que, en el momento actual, no sabemos casi nada”. La ministra era una doctora en física de aspecto juvenil que se llamaba Angela Merkel. Ayer la Canciller cogió el toro por los cuernos con el mismo realismo.
“Hay que revisarlo todo”. La “apocalíptica” situación japonesa sugiere que “lo impensable puede pasar” e “impide regresar a la rutina”. “Cuando un país altamente desarrollado como Japón no puede superar las consecuencias de un terremoto en sus centrales, eso tiene consecuencias para el mundo y para Alemania, porque significa una nueva situación”, dijo. Que en Alemania no haya tsunamis ni terremotos de la escala 9 no es lo relevante. Lo decisivo es la situación: lo que en Japón ocurre por terremoto, en otros lugares puede ocurrir por otras causas; atentados, accidentes. Lo impensable es posible. En consecuencia se suspende, por tres meses, la decisión de ampliar una media de doce años la vida de las centrales. “No es un aplazamiento”, puntualizó: “la situación después de la moratoria, no será igual que antes de la moratoria”. “Tenemos una nueva situación que hay que analizar escrupulosamente.
En la bolsa de Francfort, las acciones de los grandes consorcios energéticos alemanes, que con la ampliación del servicio iban a ingresar unos 100.000 millones y que ejercían una presión política irresistible a la que Merkel sucumbió, cayeron un 5%.
De Chernobyl a Japón
Fue Chernobyl lo que convirtió en antinuclear al SPD, el partido socialdemócrata que con Willy Brandt y Helmut Schmidt había sido decidido impulsor de esa tecnología. Su origen había arrancado en 1955, cuando Konrad Adenaduer decidió la construcción del primer reactor prototipo cerca de Karlsruhe. Eran tiempos de optimismo en los que el filósofo Ernst Bloch evocaba un paraíso nuclear creador de “frutales en el desierto y primavera en los hielos”. En 1956 se creó el primer ministerio para la energía atómica con el inolvidable Franz-Josef Strauss como responsable. La previsión era generar el 80% de la electricidad en centrales nucleares. Hoy, generando el 22% por esa vía, Merkel tiene en el tema nuclear uno de los principales factores que lastran su gobierno.
Cuando cerrar
El debate alemán no es si se renuncia o no a la energía nuclear, sino cuando: en 2020, como acordaron SPD y verdes con una ley del año 2000, o en 2036, como decidió la Canciller con su marcha atrás de septiembre. Mas de 30 años de movimiento civil antinuclear y los accidentes de Harrisburg y Chernobyl que lo jalonaron, lograron, desprestigiar por completo esa tecnología, hasta el punto de que ni siquiera los políticos que la defienden, como la propia Canciller, hablan de ella como tecnología de futuro, sino como “tecnología puente” hacia un horizonte dominado por las renovables.
Más allá de la técnica y de la seguridad
El debate alemán es algo más que una discusión sobre la seguridad de una técnica cuyos parámetros de vida superan toda escala humana a efectos de residuos y accidentes. Es también una cuestión de principio. En un sistema en el que la opinión de la gente común apenas cuenta, la ley de desconexión del año 2000 fue vivida y reconocida como una victoria de la legitimidad social.
La mayoría de los alemanes están contra el recorte del Estado Social (80%) o contra la intervención de sus tropas en Afganistán (60%), lo que no impide que los partidos que representan al 90% de la ciudadanía en el Bundestag y los sucesivos gobiernos, sean de izquierda o derecha, ignoren olímpicamente ese sentir. Con lo nuclear era diferente. Primero los Verdes –ellos mismos nacidos como partido del movimiento antinuclear- y luego los socialdemócratas, acabaron haciendo suyo el rechazo a las centrales nucleares. En un panorama general de creciente desposesión civil, de ausencia de democracia, en el sentido genuino de “poder del pueblo”, la ley de desconexión del año 2000, sugería que algo había: tras más de 20 años de movilización de dos generaciones de alemanes, el sistema reconocía, después de todo, la voluntad de la mayoría.
Ampliando la vida de las centrales más allá del 2020, Merkel y su gobierno acabaron con aquella rara expresión de respeto a su sociedad. La crisis financiera, con los escandalosos rescates bancarios con dinero público ya habían enojado a la ciudadanía. Por más que en los medios de comunicación la crónica de aquel episodio facineroso se fuera transformando en un problema de endeudamiento, sobre todo de los países del sur de Europa, ocasionado por haber “vivido por encima de nuestras posibilidades” - lo que justificaba nuevos recortes del Estado Social- la irritación se abría paso. “Wütburger” (ciudadano irritado) fue declarada “palabra del año” en Alemania.
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