"Desarrollaban su trabajo en un lugar tan especial yo creo que ellos siempre supieron que éste podría ser su destino, que en algún momento tendrían que luchar contra algo así", suspiraba en Tokio Yasuchika Honda, ejecutiva publicitaria, a la agencia Reuters. "Lo están dando todo y les estoy muy agradecida", insistía.
Todo comenzó en la madrugada del sábado 12 de marzo, en medio de la oscuridad y los escombros sembrados por el tsunami. "Ni siquiera podíamos ver por donde caminábamos, pero empezamos a trabajar para arreglar los reactores, conscientes de que podría costarnos la vida", recordaba días atrás Michiko Otsuki, una operaria de la planta ya evacuada. Ninguno de ellos se rebeló a su destino, ni intentó huir. Se concentraron en la misión que tenían por delante, sin más. Dos semanas más tarde, muchos todavía no han podido hablar con sus familias.
Al principio se les bautizó como "Los 50 de Fukushima" porque trabajaban por turnos y en grupos de 50. Eran, en realidad, 200 operarios. Hoy son más de 700 debido a la magnitud de los escapes radiactivos y la urgencia de una solución. Según Gregory Jaczo, presidente de la Comisión Reguladora Nuclear de EEUU, estos trabajadores de mono blanco que copan portadas en todo el mundo, están sometidos a "niveles de radiación letales". La Compañía Eléctrica de Tokio (Tepco) se niega a revelar sus identidades.
Aún así, las historias personales han ido surgiendo con el pasar de los días. "Mi padre todavía está dentro de la planta y se están quedando sin comida. Creo que las condiciones son realmente duras. Él dice que ha aceptado su suerte", explicó la hija de uno de los operarios en un e-mail enviado a la televisión estatal. Al parecer, la mayoría son trabajadores de rangos bajos, algunos de ellos jubilados que se prestaron voluntarios.
"Estoy orgullosa de mi padre"
La mayoría tiene más de 60 años y cobra menos de 100 euros al día por su misión suicida. El hecho de que sean personas mayores reduce las posibilidades de que padezcan un cáncer, ya que probablemente habrán muerto cuando desarrollen la enfermedad.
"Mi padre se fue a la planta nuclear. Nunca había oído a mi madre llorar tanto. Pero nunca había estado tan orgullosa de él. Por favor papá, vuelve vivo", explicó la hija de otro en un mensaje por Internet, explicando que su padre, ya retirado, había decidido arriesgar su vida para salvar la reputación de la empresa.
"Mis ojos se llenan de lágrimas", postéo en Twitter la hija de otro de ellos (@NamicoAoto), quien se ofreció voluntario a pesar de estar a sólo seis meses de la jubilación. "En casa, no parece una persona que pueda hacerse cargo de grandes tareas, pero hoy estoy realmente orgullosa de él. Y rezo porque regrese sano".
También en Facebook han aparecido centenares de mensajes de admiración: "Rezamos para vuestro retorno sano y salvo. Que Dios os ayude en cada minuto que lucháis desesperadamente por vuestro país y por vuestra gente. Gracias, 50 de Fukushima", pregona uno de ellos.
La central de Fukushima es un "laberinto oscuro en el que hay que trabajar con luces especiales y detectores de radiación, con trajes pesados e incómodos y respirando a través de un tubo", describieron días atrás ingenieros estadounidenses que trabajaron en misiones de contención de emergencias nucleares.
"Como una guerra"
"Esto es como una guerra", resumía un trabajador a su esposa, quien no ha visto a su marido desde que comenzó la crisis. La mayoría de ellos no ha abandona la central nuclear desde que comenzó la crisis porque están demasiado ocupados.
Tal es la importancia de estos operarios para el futuro de Japón, que, según el diario Asahi Shimbun, el primer ministro Naoto Kan llegó a amenazar sin ningún pudor a Tepco con multas y castigos si los operarios abandonaban la planta de Fukushima, lo que convierte su heroica misión en algo más parecido a una condena a muerte.
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