Un nuevo golpe en la mesa del régimen suní de Bahréin. Y esta vez, de manos de un serio aliado. Ayer, el principal partido opositor del país, Al Wefaq, denunció la muerte de al menos cinco personas (tres manifestantes y dos policías, según cifras oficiales) en el desalojo forzoso de la plaza de la Perla de Manama, epicentro urbano de las protestas que exigen la salida del Gobierno de la monarquía de los Jalifa. Ayer la Policía tomó el control definitivo de la plaza.
Las cinco muertes —que se suman a los siete fallecidos del pasado febrero— se producen tan solo un día después de que Arabia Saudí enviara a su aliado regional cerca de un millar de soldados, encaminados a paliar los protestas que sacuden la capital en el último mes. Una medida, que podría desencadenar una tormenta política y militar de inesperadas consecuencias para la región.
Solo unas horas antes de que tropas del Ejército atacaran la plaza de la Perla, el monarca bahreiní, Hamad bin Isa al Jalifa, decidió imponer el estado de emergencia en todo el país —vigente por tres meses—. Mientras, Emiratos Árabes Unidos anunció su intención de enviar en los próximos días a este pequeño reino del Golfo un contingente conformado por al menos 500 policías.
A la espera de acontecimientos, se encuentra el régimen de Irán, quien históricamente califica a Bahréin de su «decimocuarta provincia». Ayer, el presidente del país, Mahmud Ahmadineyad, aseguró que la intervención de los países del Golfo fue un acto «atroz e injustificable» y que, de repetirse, podría «arrancar de raíz» la situación de privilegio con la que cuenta Estados Unidos en la región.
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