viernes, septiembre 09, 2011

Soledad Onetto escribe emotiva columna en memoria de Felipe Camiroaga

SANTIAGO.- La periodista Soledad Onetto publicó hoy una sentida columna en memoria de su amigo y coanimador en el Festival de Viña del Mar, Felipe Camiroaga.

"Qué me gustaba de ti? Lo evidente y lo que no lo era. ¿Qué era lo que más me gustaba de ti? Que te sintieras afortunado y lo declararas a los cuatro vientos", afirmó la ex figura de Canal 13 en el emotivo y extenso documento, que es expuesto en su integridad a continuación.

¿Qué me gustaba de ti?

"
Nunca en esas noches de verano, a segundos de dar la partida a una nueva jornada de Festival, habíamos estado tan nerviosos en medio de la oscuridad. El solo hecho de pensar que arruinaríamos el truco de los jóvenes magos en la obertura del show nos tenía desvelados y más tensos que nunca. De hecho, ahora que lo recuerdo, ningún otro número requirió tanto ensayo previo.

Pero ahí estabas tú. En medio de la respiración agitada y el sonido de las manos frotándose ansiosas irrumpiste con ese cálido vozarrón opacando la música que emanaba de los parlantes a todo pulmón: "Oye, ¿y si al salir se me rajan los pantalones y quedo en calzoncillos?". Risotada generalizada tras bambalinas. Fue cuando gatillaste el éxito de la jugada.

No sé cómo logré salir después de esos eternos segundos de encierro, pero lo primero que hice fue mirarte, porque evidentemente lo habías hecho más rápido y mejor que yo. Tu sonrisa cómplice me indicó que lo habíamos logrado. Comenzaba la segunda noche del Festival del Bicentenario y ahí estábamos aferrados de la mano para enfrentar esa tremenda aventura que nos unió en una experiencia mágica, intensa, a ratos extraña, pero por sobre todo fascinante.

Te conocí un día de agosto en una suerte de matrimonio por conveniencia. En medio de una nube de productores, ejecutivos y periodistas caminé desprejuiciada por el pasillo del hotel para encontrarme contigo. Cuando la puerta se abrió y nos saludamos nerviosamente, me pareciste cordial y guapísimo pero insoportablemente alto.

La vorágine protocolar, frases de buena crianza, fotografías e indicaciones varias hicieron que rápidamente necesitáramos aire fresco, así es que de manera estratégica arrancamos a la terraza. Solos. Fueron segundos de intimidad donde cada uno de nosotros sacó del corazón su propia declaración de principios. Confía en mí, te dije. Confía también en mí, me contestaste. Fue precisamente esa confianza la que marcó nuestra relación profesional y personal.

¿Qué me gustaba de ti? Lo evidente y lo que no lo era. ¿Qué era lo que más me gustaba de ti? Que te sintieras afortunado y lo declararas a los cuatro vientos.

Probablemente si te entrevistara hoy, dirías que viviste la plenitud de la libertad, teniendo la fortuna de hacer lo que siempre quisiste, trabajando en lo que remecía tu corazón y tus tripas. Me insistirías en agradecer el cariño inmenso que el público te dio. Pedirías que remarcara la gratitud que sientes por tus coloboradores, compañeros y equipo. Recordarías a tus animales y me hablarías de los espacios físicos que construiste con tus propias manos. Tendrías bellas palabras para los amigos y mejores aún para tu familia.

Por cierto no sería una entrevista formal, sino una conversación sincera y emocionante.  Sería en el atardecer blanco de la nieve, en el trigo tibio del campo, en medio de la brisa que levantan las olas en la orilla del mar, o, mejor aún, en el plácido vuelo que permiten los vientos. Ahí, sutilmente, harías lo posible por dictarme el titular sin que lo notara. Pero desde el privilegio de esta amistad ya te habría leído la mente: "Fui extremadamente feliz".

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